No ha dejado de llover. El golpeteo persistente del agua contra el domo produce un ruido seco y sombrío. Hace rato que no caen rayos; el último me dejó un zumbido del que no he podido desprenderme. En una tarde fría y densa un diluvio es todo lo que uno necesita para desplomarse. Cierro los ojos en busca de una intimidad ya innecesaria: las sombras cubren cada centímetro de la casa donde vivo solo desde que murió mi esposa, hoy hace tres años. Estar así me hace sentir seguro, me da la sensación de irrealidad propia de los sueños o las drogas, y cuya esperanza radica en hacerte creer que nada es cierto, que nada ha sucedido. Pero esta vez el subconsciente se derrumba y yo no pretendo seguir asido a un instante que no es ni volverá a ser mío. Aunque finjo dormir aquí en la sala, sigo en la habitación de al lado. Hace rato que la soledad al fin me convenció de disparar. Aún zumba en mis oídos el maldito disparo.
Imagen tomada de la red: Melancolía.