miércoles, 23 de abril de 2014

Sin luz



Hoy, Día del Libro, aprovecho para homenajear también a mi mamá, Alejandra. Tengo para ello dos motivos: hace un par de días fue su cumpleaños 76 y las historias con que me dormía de niño echaron a volar mi imaginación. Sé que ella habría preferido que fuera músico, pero mi rebeldía no lo permitió. Por eso, tomando como pretexto una canción de José Alfredo Jiménez, "Sin luz", le escribí esta historia que es parte de mi libro Cuatro caminos (BUAP, 2014). ¡Felicitaciones mamá!

Cuando los gigantes se marchan dejan
una ausencia tras de sí mayor
que el espacio que venían habitando.
Pedro Peinado Galisteo

Mi mamá dispersaba las nubes con las manos para que no le enfriaran las rodillas. Iba tan tranquila por el mundo como quien nada debe y nada teme. Las noches en que no había luz eléctrica en el pueblo, abría un agujero en el techo para que se asomaran por ahí la luna y las estrellas. Le gustaba espantar el miedo con su risa, y atraer el sueño con historias de otro tiempo, cuando el Cielo y la Tierra eran reinos de gigantes. Mis hermanos y yo soñábamos con un día ser tan grandes como ella.
El día que mi papá murió, mi mamá recibió el cuerpo pequeño en brazos y lo escondió en una estrella.

martes, 22 de abril de 2014

lunes, 7 de abril de 2014

Historia de un castillo en ruinas


Había en las ruinas de aquel castillo medieval un aire tétrico y sombrío, también algo de esa falsa irrealidad de los sueños que, inconscientemente, se han repetido muchas veces.
―Tras la desaparición de su prometido en campaña, la princesa se recluyó en una almena, donde murió de soledad ―contaba el guía.
La familiaridad de aquella historia me llevó a dar un paso al frente y contradecir al narrador.
―En realidad, la historia sucedió de una manera muy diferente ―dije al grupo de turistas―. Enamorado de una mujer de un tiempo futuro, el príncipe fue en su búsqueda. Aunque fracasó en su empresa, le fue imposible regresar para reconciliarse con su antigua prometida.
Como si lo hubiera despojado de lo más valioso de su vida, el guía de turistas se me quedó viendo, rencoroso.
―Te estaba esperando, maldito ―gruñó, desenvainó su espada y me atravesó con ella. 
―¿Acaso me condenas a morir por robarte un trozo de historia? ―chillé, la vida derramada por el piso.
―¡Tarde o temprano el canalla vuelve al sitio de donde salió! ¿Por qué tendrías que ser tú la excepción?
Cumplida su venganza, el falso guía de turistas, convertido ahora en dragón, se abrió paso entre la multitud.
Nunca imaginé que aquel gigante de fuego al que perdoné la vida, estuviera enamorado de mi fiel princesa.