viernes, 12 de febrero de 2010

El eclipse

ES LA SOLEDAD que le oprime el pecho. El cerebro, abstraído, no consigue pensar con claridad. Todo parece irreal como en la trama de un sueño, como una imagen distorsionada en el espejo, como partes de un tiempo que jamás fue el tuyo. Encuentra ajena su presencia -su cuerpo mismo no le pertenece-, cuerpo y mente semejan entidades separadas que incapaces de atraerse, se repelen. Ignora si está vivo o si ya ha muerto, o cuál es la frontera que separa ambas entidades. Quiere moverse, pero no puede, lo aferran fuerzas invisibles; es como una estatua que aguarda.
Hace rato su cuerpo comenzó a perder calor: la temperatura ha descendido por debajo de los cero grados; los antiguos sentimientos se cristalizan en la memoria como pedacitos de hielo, a veces punzantes. Los últimos vestigios de su naturaleza humana desaparecieron sin dejar rastro... y ahí está él, tendido sobre el piso de la sala: una cosa abandonada, un trozo de materia imposible de clasificar; un ente más en el proceso incontenible de la involución humana.

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