domingo, 23 de mayo de 2010

Romeo y Julieta

El libro fue a estrellarse contra el cristal de la ventana, que aguantó firme el impacto. Cuando el tintinar de vidrios rotos no fue más que un temor sin fundamento, el bibliotecario abandonó su sitio en el sillón y contempló satisfecho su obra.

—No siempre se tiene tan grande honor –levanta del piso el  viejo libro a medio despastar-: ser un par de moscas haciendo el amor y morir aplastadas por William Shakespeare.

Imagen: William Shakespeare en el piso, J. M. Ortizs Soto.

sábado, 15 de mayo de 2010

Un burrito que no quería estudiar

No hace mucho tiempo existió un burrito pardo de enormes orejas y el mal hábito de jugar en exceso. Cuando el animal estuvo en edad escolar, su emocionado padre lo conminó:

—Oye bien borrico: ya es tiempo de que asistas a la escuela, pues un animal que no sabe leer ni escribir es bestia sin provecho.

El pollino rebuznó contrariado, veía en el comienzo de las clases el final de sus largas correrías por los campos, donde comandaba una manada de inquietos y flojos borricos como él; trató de convencer a su progenitor de lo inadecuado del estudio para un asno, aseguró que ni el mejor maestro normalista sería capaz de recortar con enseñanzas un milímetro a sus enormes orejas, símbolo indiscutible de la pesadez de cerebro que caracteriza a su raza.

—¡Jijo, jijoooooooo! estalló el padre furioso, para quien no existe réplica que valga cuando se habla de algo tan serio como el futuro de un hijo querido-. Las orejas no las despuntará maestro alguno, desdichado animal, pero no es lo mismo ser burro de recua que va por la vida con el lomo pelado, que burro respetable de un bufete jurídico.

Y a punta de coces condujo al chiquillo hasta el colegio.

Con el devenir de los años, aquel joven borrico que no quería estudiar llegó a ser magistrado de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.

Imagen: Asta su abuelo, Francisco de Goya.

viernes, 7 de mayo de 2010

Insomnio

Se llamaba Gregorio S., pero nada tenía que ver con Franz Kafka. Su educación fue autodidacta. Gracias a las charlas de estudiantes e intelectuales que lo frecuentaban, conoció la vida y obra del escritor checoslovaco. Por voz de un reconocido cineasta, admirador de Orson Wells, siguió a Joseph K. en su vía crucis por la pantalla. Pero su vida nada tenía que ver con un artista exhibido en una jaula, una cucaracha que añora su pasado humano y menos con un tipo inocente, inexorablemente condenado. Sin embargo, si le hubieran permitido elegir, con gusto habría aceptado ser otra cosa, porque ser retrete y sufrir de insomnio, es terrible.