jueves, 28 de enero de 2010

Tentación


Un día, hasta mí llegó el demonio y con voz melosa me dijo:
 —Hermano, tú que has renegado de Dios, ¡venga un abrazo!, y di sin temor qué quieres para tu vida.
Creyendo que el Maligno buscaba la forma de ganarse mi alma, guardé silencio. Pero él, que todo lo sabe, leyó mi pensamiento:
—¿Acaso ves en mis palabras ocultas intenciones? ¿Te preocupa tu alma? Puedes estar tranquilo, es tuya, sólo a ti te pertenece. ¡Ay, mi amigo! ¡El humano y sus temores!
Conociendo sus eternas asechanzas, me escuché decir:
—¿Qué deseas de mí, Satán?
El maligno esbozó una mueca.
—Yo, querido hermano, tu razón vengo a adorar. Por eso mi insistencia: ¿Qué quieres para tu vida?
—Para mi vida, sólo quiero mi vida —respondí.
Desde entonces, luego de librarme de Dios y el Paraíso, hoy estoy a salvo de Satán y su Infierno.

lunes, 25 de enero de 2010

El abrazo

LUEGO DE HACER el amor nos estrechamos largamente, como faltos de cariño, aceptando que siempre estuvimos solos.
Después de todo, sólo era Auguste Rodin jugando con el mármol a ser Dios .

viernes, 22 de enero de 2010

Espera

SIEMPRES SUPE QUE vendrías pero no sabía cuándo. Por desgracia a veces debo cumplir con obligaciones tan banales como salir a pagar el recibo de la luz o del gas, ir a la Tesorería por lo del impuesto predial o el agua… Del teléfono mejor no hablo, ya no recuerdo ni cuándo lo cortaron. Creerás que no sé que la gente murmura de mí, que hay vecinos que se acercan disimuladamente a mi puerta en busca del característico olor de la putrefacción y que, al no encontrarlo, se apartan desilucionados. ¿Pero qué se puede hacer con los demás cuando uno mismo es incapaz de tomar el control de su vida? (¿Molestarse? ¿Informar a la Administración? ¿Levantar un acta por acoso visual u olfativo?) Al menos reconozco que si no me alcanzó para ser hijo o hermano aceptables,  mucho menos habría servido para ser buen padre. La otra tarde… (¿O quizá era de noche? ¡En esta penumbra pierdo fácilmente la noción de la realidad! Además, ¿qué demonios es la realidad?... Mejor ahí la dejamos.), la otra tarde, te decía -¿o me lo decía yo mismo?-, no sé por qué arte o medio supuse que vendrías, que no eras sólo una ilusión rondando mi cabeza, un trozo de sueño que no acabé de espantar. Y así, convencido de mí y de ti, me dispuse a esperar tu llegada. Hay quien se pasa la vida esperando sin saber qué o por qué o para qué, sólo dándole vueltas al asunto pero sin sacar conclusiones. Yo tengo la suerte de saber que es a ti a quien espero, que tu espera se ha vuelto mi vida misma, y tú mi principal objetivo. Si supiera  cuándo habrá de terminar esta larga espera no lo soportaría, estoy seguro; es por eso que cada vez que conversamos te pido, te suplico, te exijo, no menciones fechas, que no me obligues a ser parte de convencionalismos de los que siempre, por fortuna,  he huido. La libertad, la imaginación, el libre albedrío, son mejores opciones, no tengo ninguna duda. Por eso, aunque ya estés aquí a mi lado, aún te espero…

martes, 19 de enero de 2010

Un bicho raro


Entonces era sólo un chamaco que creía en la amistad eterna, que esperaba con ansia las vacaciones para volver al pueblo y encontrarme con los amigos de siempre. Pero esa tarde no concebía que el trío de adolescentes con los que alguna vez compartí parrandas y novias, me arrebatara el libro de poesía dispuesto a prender la hoguera con él. No daba crédito: Una temporada en el infierno, de Arthur Rimbaud serviría para cocer el caldo de pollo al chipotle que comeríamos en un rato (siempre que la embriaguez lo permitiera). Si se trataba de una broma, estaba bien, habían logrado sorprenderme, reconocí ofreciendo a mis viejos camaradas la opción del ingenio que no tenían. Pero era obvio que no tenían ni idea de la magnitud de su intención, su comportamiento inquisitorio era más bien producto del par de cervezas que llevábamos dentro.

La cosa pintaba mal, muy mal.

—Dame el libro, Hugo –dije con esa seriedad mamona de la que aún hoy no he podido desprenderme.

Hugo detuvo su carrera, confundido.

Pachó abrió los ojos desorbitadamente como si esto lo ayudara a oír mejor.

A Mangas le valió madres el comentario e hizo un hueco en el montón de hojarasca.

Las manos me temblaban de coraje; hebras de sudor comenzaban a arañar mi rostro amenazante.

—Ahí está tu chingadera –dijo Hugo arrojando el libro con desprecio-. Tanto desmadre por un pinche librito que ni dibujos tiene.

Lo devolví a la mochila de donde no debió haber salido (al menos no en ese momento).

—Haber cómo le haces para encender el fuego, pinche Mane; las ramas están húmedas y no agarran –dijo Mangas aventándome la caja de cerillos.

Tras aquel incidente la relación entre nosotros no volvió a ser la misma, era como si mi negativa a permitir que Arthur Rimbaud sirviera de combustible para preparar el caldo de pollo para cuatro adolescentes ebrios, fuera más que una afrenta a la amistad. Para Hugo, Pachó y Mangas estaba claro que no podían confiar en un bicho raro que gustaba de leer poesía.

la mujer del sueño (I)

Estaba convencido que ella era la mujer del sueño pero no despertó para comprobarlo; todavía sigue dormido.