LA OSCURIDAD ERA una mancha espesa; el frío de la madrugada, un dolor de huesos. Tiritó y su cuerpo fue un agudo castañeo de matraca. Si no abrió los ojos fue porque, simplemente, hacía tiempo que las larvas dieron cuenta de ellos. Nunca se sintió tan sola; a su alrededor no quedaba rastro del último gusano que la acompañaba. La muerte es una mierda, suspiró; si tuviera la oportunidad de morir otra vez pediría ser incinerada.
Arropadas por su propio silencio, las cenizas seguían pensando.