El chiquillo —la cara pintada, nariz
roja, cuatro pelotas en las manos— espera el cambio de luz del semáforo y salta
al arroyo de autos, aún en movimiento. Cuando arroja al aire la primera pelota,
el tiempo se detiene. Por un momento creo que somos gránulos de arena en un
desierto imaginario, aguardando a que alguien nos piense.
Imagen tomada de la red
1 comentario:
He quedado perplejo ante ese instante de inmovilidad.
Publicar un comentario