sábado, 27 de noviembre de 2010

Gaceta del ángel


A la memoria del siempre Puma Germán Dehesa.

Se detuvo en el puesto de revistas. Contra su costumbre, el viejo dependiente esta vez no sacudió ni dobló el diario por mitad, en esa maniobra que a él le parecía absurda e innecesaria. “No tengo cambio, jefe”, rechazó el billete de cien pesos. “Ahí será mañana”.

Dejó atrás el parque con sus corredores matutinos y entró en el café De los murmullos, que extrañamente se hallaba casi vacío. El maître lo acompañó hasta un sitio junto a la ventana; la mesera trajo la canastita con el pan de dulce y sirvió el café. “Por el momento sólo esto”, se anticipó a la sonrisa de la joven dispuesta a tomar la orden.

Comenzó a leer el periódico por la última página, en la sección de deportes. Su equipo, los Pumas de la Universidad Nacional, disputarían por la noche la final del campeonato. Un presagio se instaló en su cabeza: mañana a esta hora, en este mismo sitio, estaría leyendo y celebrando el triunfo de los suyos. Sorbió el café caliente como le gustaba, pero no lo sintió, no le supo ni olió a nada. ¡Sólo la emoción de una nueva estrella en el escudo universitario era capaz de alterar tanto su vida, incluso sus sentidos! En la sección de Ciudad fue directo a la primera página para revisar, como hacía cada mañana, su columna Gaceta del ángel. Leyó en silencio: “Pedimos a Dios por el descanso eterno de nuestro querido amigo y compañero, Germán Dehesa, que el día de ayer falleciera víctima del cáncer…”. El periódico comenzó a desaparecer entre sus manos.

Imagen tomada de la red: Germán Dehesa.

sábado, 20 de noviembre de 2010

Destiempo


—¿Qué tengo, doctor?
—Se lo he dicho ya diez veces: padece de personalidad múltiple.
—¡Pero si yo acabo de llegar!
—Qué extraño, juraría que son el mismo

Imagen tomada de la red

domingo, 14 de noviembre de 2010

In memoriam


Sin el último caballero andante rondando por ahí, los molinos de viento dejaron de esconderse tras su tierna apariencia de gigantes.

Imagen de Carlos de Haes: Dibujo de un molino de El Toboso, 1865.

sábado, 6 de noviembre de 2010

La última musa


Llegaba antes de que el sol comenzara a calentar las sombras de los árboles, y se sentaba en una de las  bancas alrededor de la fuente de la Madona. Para algunos era un loco inofensivo; para otros, un extraño detenido en el tiempo. Pero no lo era para las ardillas que le caminaban encima como por un árbol; tampoco para los esquivos y juguetones colibríes que aleteaban ante su pelo largo y enredado. Y menos para las confianzudas lagartijas que se aventuraban dentro del costal de lona que traía siempre con él.

Desde su informe base de mármol, sucia y enlamada, sólo la vieja estatua sabía que el hombre estaba ahí por ella. Que el otrora joven escultor, aguardaba el último lapso de inspiración que le permitiera concluir su obra. Después podría partir en paz.


Imagen de Fabián Ortiz Soto, Sin título.