Hace mucho que no corro maratón por considerarlo, a estas alturas, una chinga innecesaria. Diez… veinte kilómetros, se han vuelto mi especialidad. Corredores pasan a mi lado y los veo alejarse; los de categoría elite ya deben estar cruzando la meta. Siento sobre mí la mirada de la gente; quizá espera que arrase como en otros tiempos, pero ya no es lo mismo. Eso me incomoda. Busco al frente un niño, una mujer… cualquier espécimen que me reivindique. Hay muchos que sólo caminan, pero resultaría humillante considerarlos competidores. Entonces veo a un señor de playera amarilla: sesenta y nueve años a lo mucho, no muy rápido… Acelero; siente mi presencia en su espalda e incrementa el ritmo de carrera. Así seguimos por casi tres kilómetros; estoy por olvidarme de él, cuando ―¡al fin!― lo veo llevarse las manos al pecho… Bueno, creo que aún tengo una oportunidad.
Imagen tomada de la red.