El hospedero pidió calma a la multitud
embravecida. Cuando los ánimos se tranquilizaron un poco, otorgó la palabra al más viejo de los ratones.
—Un gato que se
considere digno representante de su especie habría respondido a sus instintos; siempre fue así —observó, mirando al gato de reojo.
Los perros asintieron.
—Les aseguro que si alguien conoce bien a los mininos, somos nosotros —terminó su alegato el ratón.
Perros, gallinas, conejos, chivos... todos estuvieron de acuerdo.
La cocinera se puso de pie; pidió hablar:
—Ahora me queda claro
por qué, a pesar de la plaga de ratones que infestan la posada, los quesos y embutidos en la alacena, en lugar de mermar, se
multiplicaban como panes, señor posadero.
Culpable de practicar la hechicería, el gato negro fue condenado a la hoguera.
Epílogo
Aunque preocupados por desconocer cómo o
cuándo volverían a su antigua condición humana, los sapos guardaron silencio.