—Así le decimos en
León a las citas amorosas —me dijo el padre de la joven que entonces cortejaba,
orgulloso de sus tradiciones—. Por lo que he podido investigar, la expresión
tiene su origen en la época de la Colonia: cuando un hidalgo recibía la
anuencia para visitar a una doncella, la mejor chaperona no era una anciana que
siguiera a la pareja a todos lados, sino que los novios se vieran a través de los
insobornables barrotes de hierro de un balcón.
A
tan docta explicación, concedí al cronista leonés mi sonrisa más estúpida.
—Pero
los tiempos han cambiado mucho, joven, así que quite esa cara de espanto y
pasemos a la mesa.
Han
transcurrido veinticinco años y dos hijos desde aquella charla. Hace mucho que mi
suegro dejó de interpretar su papel de hombre culto y orgulloso de sus
tradiciones. Hoy, triste parodia de lo que fuera en el pasado, se desternilla de
risa como un idiota a la menor provocación. Hace un momento, al ver el enojo de
mi mujer cuando le dije que esta noche saldría con mis amigos al billar, el
viejo zonzo soltó sin más una grotesca risotada. Luego agregó:
—Por
cierto, la otra acepción que tiene por este rumbo “echar reja”, y que no te dije entonces, querido yerno, no necesita de
ninguna explicación: el matrimonio ya lo ha hecho de sobra, ¿no es así?