lunes, 27 de mayo de 2013

La vaca y la tortuga



Luego de vencer al pélida Aquiles y a la liebre, la tortuga retaba a quien se le pusiera enfrente. Así llegó el turno a la vaca lechera. "Desde luego que competiremos", dijo ésta; "pero después de que descargues tus treinta litros de leche. No quiero parecer ventajosa".


Imagen tomada de la red

jueves, 16 de mayo de 2013

Los años de experiencia



La mujer comenzó a llorar, inconsolable.
—A mi esposo lo despidieron de su trabajo y están por quitarnos la seguridad social. ¡Écheme la mano!
El médico respiró profundo. Por su cabeza comenzaron a desfilar —como por una pantalla de cine— aquellos sus primeros años de práctica, cuando la inexperiencia y un  utópico “complejo de madre Teresa de Calcuta” lo llevaban a brincarse cualquier norma. Podía volver en el tiempo y aconsejar a la mujer para que se presentara al servicio de emergencias del hospital y fingiera que el dolor de la hernia la estaba matando; entonces, el médico de guardia lo llamaría para que hiciera la valoración correspondiente y él podría operarla en horas, ahorrándole una espera de meses.
Sin embargo, la última vez que hizo algo parecido, la inconformidad de un familiar influyente lo hizo pasar muy malos ratos. Y aunque ganó el caso, por meses le fue imposible salir a la calle sin imaginar que cada patrulla que se cruzaba en su camino traía una orden de aprensión en su contra.
—Lo siento mucho señora, no está en mis manos; tiene que seguir los procedimientos establecidos, como todos los demás —se escuchó decir con la voz grave y firme que dan los años de experiencia.  
Además, se dijo mientras la enfermera tomaba el siguiente carnet, la jubilación está próxima y debo tener cuidado.

Este micro participa en la propuesta Primavera de Microrrelatos Indignados, organizada por los blogs La colina naranjaExplorando LiliputPliegos volantes y Relatos de andar por casa.


sábado, 4 de mayo de 2013

Definiciones




Para Gabriela y Valeria 

No hay un momento ideal para conocer el significado de la palabra muerte. Yo lo conocí siendo niño. Quizá cuando mis ojos infantiles contemplaron asustados aquel recién nacido “chupado por la bruja” (años después sabría que lo aplastaron sus padres mientras dormían) o cuando fui al velorio de un primo hermano del que, como único recuerdo, conservo su nombre (y la imagen de mi prima Tony en el tanque del agua, oportunamente rescatada por mi papá). Tal vez el día que mamá Kika, con lágrimas en los ojos, partió intempestivamente a visitar a sus padres a la ciudad de México; o cuando un niño de mi edad fue atropellado por un autobús de pasajeros Herrara de Plata. Sin embargo, serían las muertes de papá y la abuela las que despejaron cualquier duda que hubiera podido quedar. Muerte es muerte, no importan las circunstancias. Por eso me niego a nombrar al evento  de otra manera. Por ejemplo, en un intento por atenuar los recuerdos, no digo: antier se cumplieron dos años del deceso, la partida, el fallecimiento, el paso a mejor vida… —y cuantas acepciones existan— de Tony y Gaby. ¡Sí, ya hace dos años que murieron! El tiempo lleva prisa. 
     Con mi prima Maria Antonieta compartí mis primeros juegos, a veces la defendí de algunas niñas agresivas que se aprovechaban de su carácter más o menos tranquilo y, cuando adolescentes, fuimos cómplices y celestinos; con ella podía hablar tranquilamente de mis novias sin que tratara de elegir a la que me "convenía". Aunque tenía la impresión de que yo era algo mujeriego, accedió a hablarles bien de mí a un par de sus amigas que me gustaban. Años después, fue mi dentista. De mi amigo Gabriel diré que estudiamos juntos la escuela primaria, que desde entonces era muy trabajador y lo bromeábamos por ello: mientras nosotros nos divertíamos jugando después de clase, él debía ayudar a su familia en la granja que tenía en las inmediaciones del pueblo (algunas veces jugamos a ayudarle a trabajar); era rudo, pero noble, y me "apadrinó" en varias peleas que tuve con niños de otros grupos o escuelas. Después yo me vine a Ciudad de México a estudiar y ellos se fueron a Morelia. 
      Hay una historia que solo Gaby, Tony, Olivia y yo sabíamos. Cuando Tony y Gaby se casaron, yo estudiaba el primer año de pediatría en un hospital de León, Guanajuato. Mis guardias eran A-B: un día sí y otro no, a excepción de jueves y viernes y fines de semana, que se modificaban a AA y BB: cuarenta y ocho horas de trabajo por el mismo tiempo de descanso. Una friega en todo el sentido de la palabra. Además, la relación con mi compañero residente era de la chingada, no nos podíamos ver ni en pintura y, el fin de semana de la boda me correspondía a mí la guardia. Imposible que me autorizaran a faltar esos días. La única manera de conseguirlo, me dijo un médico de urgencias, es por incapacidad laboral. Estuve de acuerdo y valoré las posibilidades: una torcedura, un hueso roto, provocar una riña en una cantina, un dolor abdominal inexistente..: Ni pensar en pedir un justificante médico a mi tío José... Estrellé con cuidado un vaso de vidrio, metí la mano en él y comencé a lavarlo… El accidente me costó cuatro puntadas en la base del dedo índice de la mano derecha, seguramente varias mentadas de madre por parte de Muñoz —el otro residente de pediatría— y un fin de semana de cuatro días para ir con Olivia a la boda. Cuando conté a Tony y Gaby lo sucedido no se rieron, se me quedaron viendo detenidamente, como dándole vueltas a una idea. Al final Tony tomó la palabra y dijo lo que ambos pensaban: Estás bien loco, pero que bueno que viniste.


Imagen de Marce Garciaa Silvaa