Iba por las calles de la ciudad de Guanajuato con una
losa enorme sobre la espalda y una tea encendida en una mano. La gente apenas
lo miraba. Emulando al bíblico Simón Cirineo, le ofrecí mi ayuda y un refresco
bien frío. Los rechazó con un gesto firme, aunque cordial.
—Luego luego se nota que no eres de
por aquí —me dijo el hombre con voz antigua y cansada.
—Usted debe de ser Sísifo —aventuré.
—No, que va. Me llamo Juan José de
los Reyes Martínez Amaro, pero todos me conocen como el Pípila.
—¿Tú eres ese que prendió fuego a la Alhóndiga de Granaditas durante la guerra de Independencia?
—A mucho orgullo.
—Y dígame, don Pípila, ¿qué lo trae
por aquí?
—De vez en cuando me doy una
vueltecita por estas tierras para refrescar la memoria de la gente, para que
vean que sí existí, que no soy un invento ni habladuría de políticos oportunistas.