El sol se derrite sobre la ciudad. Los autos
avanzan lentamente sobre la avenida, por momentos parecen sumidos en un eterno
letargo. Este no es un día normal, me digo y busco en la distancia los
semáforos del crucero; quizá encuentre ahí el origen de esta tormenta de
automóviles y de prisas que se abate sobre esta zona de la ciudad. El rojo, el
verde y el amarillo, en su eterna sincronía con el tiempo, parecen ajenos a lo
que sucede a su alrededor. Así no llegaré a ninguna parte, me digo y cierro la puerta del apartamento del que todavía no he salido.
Imagen tomada de la red.
9 comentarios:
Me llevas a entender porque enviadamos a los pájaros, ellos pueden volar libremente.
Besos Calados.
Este micro me atrapa por la transgresión de fondo que plantea, José Manuel. Me parece muy acertada la elección del plano semántico.
Un abrazo,
Ese atasco, el calor, la lentitud, me parece un castigo del Infierno, literalmente. Los conductores almas en pena, castigadas por sus pecados. Un abrazo.
Gemelas, pues volar... aunque sea en sueños.
Un abrazo.
Pedro, al escribir podemos darnos la oportunidad de trasgredir todo; y, de alguna forma, vivirlo así.
Un abrazo.
Mar, yo detesto manejar. Uso el auto lo menos que puedo, porque estar en un congestionamiento de autos es terrible. Y con sol, mucho más.
Un abrazo.
No creo que sea sólo el atasco circulatorio lo que le impide salir; es la artificiosidad de ese mundo mecánico, aséptico -¡hasta el tiempo lo pautan los semáforos!- el que invita a dimitir, a inhibirse.
La ciudad como anti-vida.
Narrativa, creo que a veces tenemos muchos motivos -internos y externos- para no querer salir. Me recuerda una película de Luis Buñuel, El ángel exterminador.
Un abrazo.
La parte en la que se extiende al desconcierto el origen de los automóviles, es buena.
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