―El final no me convence. Busca otro ―dijo P.
Aquel juego, que en un principio le pareció harto gracioso, había llegado a un límite que A no estaba dispuesto a permitir.
―¡Si no te parece, hazlo tú, chingada madre! ―estalló.
En lugar de amedrentarse (como A esperaba), P. tomó su sitio ante la computadora y comenzó a teclear.
―No me gusta que estés aquí pegado… ―señaló la cafetera, el periódico del día, un paquete de cigarros junto al cenicero rebosado.
A cada palabra que P. escribía en la pantalla, la desolación de A era más profunda. Al cabo de un rato lo escuchó decir:
―Aquí tienes, lee:
―Aquí tienes, lee:
―“… cuando el personaje protagónico (al que llamaremos Pierre) exigió al autor hacer valer sus derechos, éste supo que no podía seguir así y, en un acto de valor y amor propio incuestionables, se pegó un tiro en la cabeza. Hoy sus detractores justifican su suicidio pues aseguran que no tenía más que decir…”
Imagen tomada de la red.
6 comentarios:
ja ja, viéndolo por el lado bueno, A haría una extraordinaria gira de promoción con semejante final.
Impecable como siempre José Manuel
Hola, Patricia. Creo que quien haría la gira de promoción sería P. Desde luego, si el final es el descrito.
Un abrazo.
josé manuel, aunque considero que la temática abordada en este micro es muy recurrente, creo que en este caso quedó muy bien logrado.
Saludos.
Una forma como otra cualquiera de quitarse al pelmazo de encima, animarlo al suicidio.
Me gustó.
Par de abrazos.
Gracias, Javier. Es difícil escribir sobre temas que no hayan sido abordados por otros autores. Saludos.
Suele suceder, Lola. A veces el texto parece ser que quiere escribirse solo.
Un abrazo.
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