Las inseguridades de mi mujer amenazaban con destruir nuestro matrimonio. Después de largos e infructuosos sermones, el confesor de la familia aventó la toalla y nos sugirió buscar ayuda "más terrenal". Mi cuñado Jack nos recomendó a su terapeuta, el cual se aprestó a explicarnos la base de su tratamiento: "Amputarse una pierna o un brazo nunca falla", dijo con una naturalidad espectral y macabra que a mí me dio mucha confianza. "Aunque eso tampoco me asegura que mi marido no se iría de cusco saltando como chapulín”, renegó decepcionada mi esposa; “pero algo es algo”. Por la segunda pierna, Mariana me ofreció una sonrisita satisfecha, pero su labilidad emocional pronto exigió un brazo, luego una oreja, un ojo, el sexo… Hoy, nuestra relación de pareja es estable, y yo soy este adefesio de amor que ella exhibe con orgullo a sus constantes visitas.
Imagen tomada de la red.
5 comentarios:
Macabro, aunque no es la palabra que quiero plasmar, pro se le asemeja. Me gustó, felicidades
Modesto, gracias. El amor toma la dimensión que cada quien le quiera dar, por eso es tan complejo.
Un abrazo.
cruel...
Cruel... como el amor, muchas veces.
Un abrazo, amiga.
La mayoría de las esposas siguen ese procedimiento, algunas empiezan por cosas más simples, como la quincena, por ejemplo.
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