Me
encuentro en una sala de aeropuerto. Nada me dice por qué estoy
aquí. Las horas pasan. Aviones aterrizan o despegan. Nuevos pasajeros cruzan la
aduana y se confunden con los miles de personas que van y vienen por los largos
pasillos. Un guardia se acerca y me dice que no puedo estar más
tiempo aquí, que siga mi camino. Además, señala las plumas que asoman por debajo de mi
gabardina, no olvides que fue un ángel suicida el que provocó la caída del
Concorde.
4 comentarios:
Siempre hay algo divino en la escritura.
Saludos
Qué placer es leerte, José Manuel. Siempre.
Nel: creo que en las artes, en general, hay mucho de divino. Desde luego, es la escritura la que a nosotros nos apasiona.
Un abrazo.
Patricia: El placer es mutuo, aunque a veces las múltiples ocupaciones nos quitan un poco de tiempo. Pero aquí seguimos.
Un abrazo grande.
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