La mujer parpadeó con insistencia. Quizá
porque tiene el sol de frente, pensé. Al reducirse la distancia entre nosotros,
vi que lloraba. No traía bolso, iba deprisa, ajena a lo que sucedía alrededor. A
pesar de la profunda tristeza en su cara, no era fea; la expresión de sus ojos,
aunque anegados de lágrimas, le permitía cierta altivez a la que no estaba
dispuesta a renunciar. Habría querido conocer por qué su llanto, pero la urgencia
por llegar a mi trabajo me impidió dar la vuelta y seguirla.
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