Te vas en dos días, prepárate, me notificaron. Dos días puede ser poco o mucho
tiempo, pero no para mí que ni reloj tengo. Firmé de enterado y me olvidé del
asunto. Allí se estaba bien: el mar siempre tibio y en calma, y algunas veces
me arrullaba el lejano rumor de las sirenas. ¿Qué más puedes pedir cuando la
vida transcurre en calma y armonía plenas? Sí de mí dependiera, querría
seguir por siempre aquí, me dije. Estiré los músculos, acomodé el cuerpo y
cerré los ojos, dispuesto a dormirtar hasta el fin de la eternidad. Han
transcurrido 51 años y dos días desde entonces, y aún nadie me explica qué
carajos hago en este otro lugar.
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