—Señor de la H: me parece muy loable
que su hijo menor lo ayude en su trabajo. Mas debo recordarle que, aunque nos
hermane una campana, la escuela no es iglesia. Y el reglamento establece que sonar
la campana escolar sin justificación, es motivo de expulsión.
La nariz ganchuda y los ojos
enconados de la directora parecieron suavizarse.
—No es algo personal. En realidad, no
sabemos con certeza qué les ocurre a los alumnos después de cada falso llamado
a recreo. ¡Se necesita de un milagro para hacerlos que regresen a las aulas! Y luego
están los desmanes. Ayer, por ejemplo, su hijo Miguelín se puso a la cabeza de
la turba que asaltó a la cooperativa escolar. ¿Y sabe cuál fue su respuesta?
¡Dizque todo fue en nombre de los niños que vienen sin lonche a la escuela!
¿Oyó bien, señor de la H? Si no ponemos un hasta aquí, ¿adónde cree que iremos
a parar con el actuar de las nuevas generaciones? ¡Que no le sorprenda si el
día de mañana su hijo Miguelín quiere proclamar, por medio de las armas, la
independencia de Dolores Hidalgo!