Con la llegada de la joven y bella sirvienta, supe que mi primera vez sexual era cuestión de tiempo. Un mero formalismo, a decir de mis amigos. Oculto bajo un sueño falso, cada mañana esperaba con ansia el ir y venir de su culo gordo por la habitación; la blancura carnosa de sus muslos, el enigma por descifrar bajo las bragas translúcidas.
Un día, sin embargo, la muchacha no volvió. Al cuestionar al respecto a mi madre, dijo:
―La muy bruta no sabía lavar, ¡ve nomás cómo están de percudidas y agujeradas las sábanas! ¡Que dé gracias que no la demandé!
De aquella malograda aventura sexual, mi hermano Franco y yo aprendimos a lavar la ropa y a tender solos nuestras camas.
Imagent tomada de la red.