Bastaba ver sus caras constreñidas para darse cuenta que mis palabras no habían caído nada bien. En solidaridad con ellos, me pregunté cuál habría sido mi reacción de encontrarme en su situación; seguramente la misma, o quizás peor. Pero me repuse de inmediato y endurecí el semblante —aunque no tanto, no quería parecer desalmado—, para dejar en claro que no se trataba de una decisión personal, como ellos creían, sino resultado de las circunstancias. No hacía mucho tiempo pasé por una situación similar, sólo que en aquella ocasión la abuela no se anduvo con medias tintas, y me espetó: “¿Entonces para qué tiene mi nieto un médico privado si no va estar disponible cuando se lo necesite?”. Pude contestarle mil cosas o quedarme callado, pero busqué la forma de explicar a la afligida y compungida mujer que no se trataba de mí o de mi capacidad profesional, sino de la gravedad de la enfermedad que aquejaba al chiquillo. Me acordé de varios médicos conocidos —algunos de ellos amigos míos— con los que no compartía su ética profesional: a sabiendas de que ya nada podían ofrecer a un enfermo desahuciado, hablaban a la familia con palabras tan bonitas, que casi siempre la muerte era más que bienvenida, aun en errores descarados. Por ejemplo, recuerdo aquella vez que uno de ellos...
2 comentarios:
Hay momento en el que ir hacia atrás o hacia adelante es conflictivo.
Saludos
Sergio: es como tomar la punta de la madeja e ir en reversa y no saber dónde va a terminar.
Saludos, un abrazo.
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