Dicen que a todo te acostumbras menos a la muerte. No estoy de acuerdo. La primera vez que morí, me desquiciaba la
urgencia de la sangre por llevarse mi vida, y yo a detenerla. Las otras veces ya no fue lo mismo. Quizá porque la vida se desapega de
uno y uno de ella. Por eso, mientras el doctor me advierte que si no sigo sus
indicaciones al pie de la letra me llevará la chingada en menos de lo que un
gallo canta, lo obsequio con mechones de mi pelo y se me salen las lágrimas de
risa.
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