lunes, 23 de octubre de 2017

Predicar en el desierto o la piedra que mató a Goliat


Poco antes de morir, un anciano dijo a su primogénito:
―Toma, es la herencia que un día me dio mi padre.
―¿Y para qué sirve esta piedra? ―preguntó el joven, sin poder ocultar su decepción.
―Debo reconocer, hijo mío, que nunca supe qué hacer con ella, pero tampoco me preocupó demasiado. Espero que tú le encuentres destino mejor.
El joven aceptó la piedra. No estaba seguro si su padre desvariaba o si, como filosóficamente prefería creer, el viejo pasaba por el momento más lúcido de su vida, y le concedía su bien más preciada.
Después del funeral, el primogénito fue echado de la casa familiar por sus demás hermanos.
―Anda, ve a buscar fortuna con tu herencia ―se burlaban.
El primogénito se marchó y nunca se volvió a saber de nada de él. Hay quien dice que se hizo filósofo y ha escrito grandes tratados sobre el significado de las piedras rodantes; otros dicen que vive en una cueva, que se le considera un santo, pues ha sido capaz de convertir las piedras en pan; otros más aseguran que se le amargó la vida y que, rencoroso, no dudó en hacer de la piedra un arma terrible que usa contra todo aquel que pasa cerca de él. Los más fatalistas aseguran que se colgó la piedra al cuello y se arrojó a una charca. 
Sólo la piedra podría contar su historia.

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