viernes, 22 de enero de 2010

Espera

SIEMPRES SUPE QUE vendrías pero no sabía cuándo. Por desgracia a veces debo cumplir con obligaciones tan banales como salir a pagar el recibo de la luz o del gas, ir a la Tesorería por lo del impuesto predial o el agua… Del teléfono mejor no hablo, ya no recuerdo ni cuándo lo cortaron. Creerás que no sé que la gente murmura de mí, que hay vecinos que se acercan disimuladamente a mi puerta en busca del característico olor de la putrefacción y que, al no encontrarlo, se apartan desilucionados. ¿Pero qué se puede hacer con los demás cuando uno mismo es incapaz de tomar el control de su vida? (¿Molestarse? ¿Informar a la Administración? ¿Levantar un acta por acoso visual u olfativo?) Al menos reconozco que si no me alcanzó para ser hijo o hermano aceptables,  mucho menos habría servido para ser buen padre. La otra tarde… (¿O quizá era de noche? ¡En esta penumbra pierdo fácilmente la noción de la realidad! Además, ¿qué demonios es la realidad?... Mejor ahí la dejamos.), la otra tarde, te decía -¿o me lo decía yo mismo?-, no sé por qué arte o medio supuse que vendrías, que no eras sólo una ilusión rondando mi cabeza, un trozo de sueño que no acabé de espantar. Y así, convencido de mí y de ti, me dispuse a esperar tu llegada. Hay quien se pasa la vida esperando sin saber qué o por qué o para qué, sólo dándole vueltas al asunto pero sin sacar conclusiones. Yo tengo la suerte de saber que es a ti a quien espero, que tu espera se ha vuelto mi vida misma, y tú mi principal objetivo. Si supiera  cuándo habrá de terminar esta larga espera no lo soportaría, estoy seguro; es por eso que cada vez que conversamos te pido, te suplico, te exijo, no menciones fechas, que no me obligues a ser parte de convencionalismos de los que siempre, por fortuna,  he huido. La libertad, la imaginación, el libre albedrío, son mejores opciones, no tengo ninguna duda. Por eso, aunque ya estés aquí a mi lado, aún te espero…

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