No
visitaba el Bajío desde que anduvo en la Revolución. Por eso aceptó venir a Cortazar, Guanajuato, a inaugurar el puente colgante sobre el río Laja. “A los miedos hay que confrontarlos y vencerlos”, le había dicho una gitana, luego de leerle el futuro en su única mano. Cuando el puente comenzó
a crujir bajo el peso de los cientos de curiosos que atestiguaban de cerca la
ceremonia, el general Obregón supo que su lucha contra fuerzas desconocidas
quizá no terminaría ni con su muerte. La imagen de un cuerpo en cruz arrastrado
por la corriente se lo confirmó.
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