Escudriñé
las sombras en busca de un sitio seguro donde estacionarme. El coche perdía potencia y no tardaría en detenerse.
Los
escasos autos que pasaron por el lugar siguieron de largo, desconfiados.
―Despídete
de la entrevista de trabajo ―me dije; en el silencio parco de la
madrugada mi voz era un reclamo.
Luego de un rato, vi venir por
la orilla de la carretera a un hombre montado en un buey.
―¿Puedo
ayudarte en algo? ―preguntó.
―Desde
luego, si sabe de mecánica o remolca mi carro con su toro ―respondí en son de
broma.
El
hombre apenas se sonrió.
―Este
rumbo no es seguro, en realidad nunca lo ha sido. Voy para Comonfort, si quieres te
llevo en ancas.
―Falta poco para que amanezca; esperaré.
―Como
quieras. A veces uno no sabe que es un fantasma y cree que todavía está vivo ―musitó
el desconocido y espoleó al animal.
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